Levantarme y salir a caminar muy temprano.
Mi nariz inhala el aire helado del fresco otoño, luego se sonroja y juguetonamente busca esconderse en mi bufanda. Una vez que está ahí, escondido, logra reír ante aquel acontecimiento único e indescriptible.
Mis pasos yendo, sin detenerse, aún cuando pareciera que el auto está demasiado próximo, entonces prefieren mis pies acelerar para no quedarse quietos.
Mi pelo suelto bailando con el viento; esos auriculares en mi oreja parecen ser el sonido para dicho movimiento que acontece arriba en mi cabeza.
Todo parece estar totalmente quieto, tranquilo, el amanecer mostrando lo que no tiene comparación con ninguna otra sensación de tranquilidad en mi mente y mirada. Mientras camino, mientras escucho esas canciones que me hacen sentir viajando en un no tiempo, ensimismada y observadora de este espectáculo que tanto añoro por las mañanas.
Voy respirando, sintiendo el frío acogedor en mi piel, percibiendo los rayos del sol que se escabullen entre las ramas de los grandes árboles, en las hojas que se mueven con ese ruidito que el viento logra. Sí, ahí está, el hermoso amanecer y el sol de color fuerte, en esa mañana que parece tranquila, en esos resplandores que atraviesan los árboles para incrustarse en mi pupila. Para seguir caminando, esa sensación que me hace sentir tan bien, esa sensación que logra hacer de mí, una persona realmente contenta. Hermosa naturaleza que logra bañarme en hermosura.
El amanecer que me abraza y del cual todas estas palabras describen poco y nada de lo maravillada que me siento al vivir este acontecimiento puro y subjetivo.
Savage Streets (1984)
Hace 1 semana
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